La
educación no ha sido una prioridad en los gobiernos argentinos. Lo demostró Perón, aquel viejo político y demagogo, cuando su eslogan decía: "Alpargatas sí, libros no". El general no quería el bien para el pueblo, sino que pensaba en su próximo discurso "pintoresco" para cautivar y manipular a las masas.
También lo demostró la dictadura, cuando persiguió y aniquiló sin distinción de raza, sexo o religión. La gestión de Menem extendió la crisis con sus promesas incumplidas y sus "síganme que no los voy a defraudar". Entre incapacidades y otras cuestiones, los siguientes mandatarios terminaron por irse sin mucho brillo.
Ahora, el Kirchnerismo pretende conformar a la sociedad con una "propuesta" para configurar la nueva Ley de Educación. En las escuelas del país se entregaron los papeles y se llamó al análisis crítico. Tuve la oportunidad de leer una parte de dicha propuesta y, sinceramente, no vi nada nuevo. ¿No es la
educación la formadora de buenas personas y la encargada de perfeccionar el ambiente democrático?
En los papeles no hay nada nuevo, nada que no sepamos. El problema reside en que no somos capaces de hacer de los papeles una realidad. Los hechos nos dan la pauta de que la sociedad argentina está anémica, y sólo a través de un
sistema educativo firme se le puede volver a dar vida y decisión propia.
¿Por qué no exigir que se cumpla la gran promesa de la
educación?¿Por qué no obligar al gobierno a que termine con las amenazas y censuras?¿Por qué no ir al senado a pedir que los superpoderes no sean más que una broma pesada? La historia nos ha dicho que continuidad y cambio dependen de nosotros. Una revolución puede cambiar el sistema, una marcha puede extender o terminar una gestión. Tenemos la respuesta, pero cuando uno sólo se duerme, todos perdemos.